-Neofascismo, eso es lo que es, fascismo puro y duro, eso sí “lleno de humildad” y “porque no queda más remedio”. Serán... ¡Qué se puede esperar de gente que toda su vida ha pensado que la letra con sangre entra! Pues las reformas también, y si no te gustan, dos platos y como protestes, me saco el cinturón y te arreo. Así, Martina, están las cosas.
-Y peor también, tita. ¿Recuerdas a Francisca, esa mujer menuda y vivaracha, la suegra de Antoñita, la del bar, que hacía unas tortillas riquísimas?
-Claro, hija, no me voy a acordar... Pero desde que se jubiló ya no la he vuelto a ver.
-Pues yo la vi ayer, ha vuelto para ayudar a su nuera. El bar se hunde lentamente, la tostada, media, la ración, media, de desayuno completo a café solo. Su nuera llora por las esquinas porque votó al PP. El cabrón de Rajoy, dice, que nos iba a ayudar a los pequeños empresarios, pero cómo, coño, ¡si está dejando a la gente en la calle y los sueldos por los suelos! Y también me contaba que clientes suyos que nunca han bebido más que un par de cervezas, ahora salen de allí piripis. Dice que ella no es sicóloga ni esas cosas, pero que muy ciego hay que estar para no darse cuenta de lo que está sufriendo mucha gente. Una señora que estaba a mi lado con un café saltó ¡es como si a mi marido le hubieran cortado los cojones de golpe! Todo el día del INEM al sofá y la tele, que ni la mira de lo mustio que está, gracias a dios que no se para en el bar.
-Martina, y Francisca, ¿cómo está?
-Tan diligente y lúcida como siempre, con sus 75 muy bien llevados. Ahora va, cuando puede, a un centro de adultos a aprender a leer, pero está muy preocupada, te voy a contar la conversación que tuve con ella:
-Sabe usted, Martina, con todo esto que está pasando, tengo miedo. No sé a dónde vamos a llegar. Me recuerda cuando yo era chica.
-Mujer, no va a haber otra guerra civil...
-No, si no es por eso, es que me acuerdo de la hambruna de la posguerra.
-No creo que lleguemos a esa hambruna, Francisca...
-Es que no sé explicarme, le cuento. Cuando yo era chica, un día mi padre fue a por leña a casa de un tío mío, pero no se crea que leña de cortar árboles, leña de la que se recogía por el suelo, que él nos la daba para que tuviéramos con que calentarnos. Yo era chiquitilla y me gustaba acompañarlo. Cuando volvíamos, un guardia civil lo paró y le preguntó de dónde había sacado la leña, mi padre se lo explicó. Los papeles, le dijo el civil, y mi padre se puso a rebuscarse un papel muy dobladito que siempre llevaba, pero no lo encontró, y el guardia civil le dijo sígame, y yo trotando detrás de mi padre, asustaíta perdida. Nos hizo cruzar el pueblo de punta a punta, por la calle principal, toda la gente mirándonos, y cuando llegamos al cuartelillo le dijo a mi padre, pon ahí la leña y vete. Se quedó con nuestra leña. Cuando pienso en lo que está pasando, me acuerdo de esto que te he contado. Es lo mismo.
-Martina, hija, Francisca no sabrá leer ni escribir las palabras prepotencia y despojo ¡pero qué bien sabe verlas! ¡Si todo el mundo tuviera sus ojos, no nos dejaríamos quitar nuestra leña!
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