-Tita, vengo del cine, he visto la película de donde vivía la prima Merchi. ¿Te acuerdas de quién es?
-¿Merchi? ¿La que se vino del pueblo con su niña chiquita porque el marido la dejó por su mejor amiga y el asunto estaba en boca de todo el mundo?
-Esa, tía Blasina, que vivía en un sitio muy cutre que hasta daba miedo.
-Pero eso fue hace un siglo, allá por los 80 lo menos...
-¿No recuerdas el día que fuimos a verla, que en el patio de vecinos se nos quedó mirando un hombre muy canijo con una pinta medio qué...?
-¡¿Y que subiendo la escalera un viejo verde que bajaba te miró de arriba abajo como si te desnudara?! Claro, Martina, ya me acuerdo, que aquello parecía más que una casa de vecinos un derribo, con ese zaguán con los buzones abollados y descascarillados, y las paredes con esos desconchones, y el ventanuco de la escalera con el cristal roto lleno de telarañas...
-¿Y que cuando llegamos al rellano de la prima Merchi, en la puerta de al lado, había un hombre enchaquetado con pinta de ejecutivo cogiendo algo que le daban por la puerta apenas entreabierta?
-Claro que me acuerdo, Martina, que nos quedamos allí plantadas, porque la puerta de tu prima estaba tan pegada a la otra que tuvimos que esperar a que el enchaquetado huyera, ¡y la cara de susto que puso!
-Y de mala leche, tita, que le preguntamos a la prima de qué iba aquello.
-Sí, hija, sí, no me voy a acordar, que estaba yo abriendo los pastelitos en la mesa camilla de aquel cuadrado al que tu prima llamaba salita, con su niña pendiente de su bollo de leche y oigo un griterío en el patio de vecinos y cuando me asomo, veo a ese hombre escuálido como una calavera corriendo y a esa mujer detrás de él, blandiendo un cuchillo jamonero y gritando “¡Te voy a matá, hijo puta!” y tras ella otro hombre, estoque de torero en ristre, “¡Déjamelo a mí!”. Como para olvidarlo, Martina, que se me acogotó la risa con el miedo.
-Pues eso no es todo, tita, en la película también sale el garito que había en los bajos de donde vivía Marcela cuando se vino a estudiar aquí. Tú no la conoces, pero la primera vez que fui a su casa, ya de noche, casi me parto de la risa porque de ese bar, que tenía una puerta entreabierta muy pequeña y de donde apenas salía luz, sí salía a todo volumen ¡música de Semana Santa, y era otoño! Marcela me dijo que era un sitio muy raro, que le daba repelús porque nunca veía salir ni entrar a nadie, ni se veía adentro más allá de una franja de decoración rojiza y abigarrada de cristos y vírgenes. ¡Y por la película me entero de que allí se vendía cocaína a gente de postín!
-Martina, hija, esa película es una mina de sabiduría. ¿Cómo me dijiste que se llama?
-“Grupo 7”, tita, no te la pierdas, si quieres voy contigo, y llamo a Merchi y Marcela, por si no la han visto, que se vengan y rememoren viejos tiempos.
-Bueno, bueno, eso de viejos está por ver, que como nos están poniendo las cosas, esa miseria, que nunca se ha ido, va a parir mucha desgracia.
Con la recomendación tan entusiasta que hace la sobrina, no queda más remedio que visualizar esa película.
ResponderEliminarOs abrazo