Anoche estaba muy cansada, la cabeza reliada en asuntos que nunca acabo de resolver, en sentimientos entrecruzados que tropiezan, chocan y me duelen. Las lágrimas se me escapaban una detrás de otra sin remedio hasta colarse por el cuello de la camisa.
Así estaba cuando tía Blasina vino a devolverme las botas de agua. Se quedó mirándome con una sonrisa tierna y me acarició el pelo. Depositó las botas junto a mi y me susurró:
-Para que puedas cruzar tu río.
Rompimos a reír. La miraba a ella, ella a mí y las dos a las botas de hule.
-Deja que tus lágrimas florezcan- añadió.
Y se marchó aprisa después de darme un abrazo achuchado. Había quedado con un jovencito de sesenta años ex-cura y catedrático en filología hebraica.
paratiablasinaymm@gmail.com
paratiablasinaymm@gmail.com
Me tienes enganchada a las reflexiones de tita Blasina, le dices de mi parte que tenga mucho tiempo para escribir de una manera tan sencilla , pero a la vez tan hermosa, su pensar, es un pozo de sabiduría.
ResponderEliminarUn beso para ti y para la tita Blasina.
Es bueno llorar pero no hasta el punto de tener que usar las botas de agua y que el asunto se convierta en un tsunami lacrimal.
ResponderEliminar¡Qué suerte la de la tía, con cita y todo!
Otro achuchón de mi parte.