-Larán, larán, larita, barro mi casita...
-¡Vaya, tita, te encuentro dedicada a las labores propias de nuestro sexo!
-Será del tuyo, porque las del mío las hago en la cama o el sofá, que los huesos son muy traicioneros y ya no los tengo para lavadoras ni bañeras.
-Vale, repito: Tita, te encuentro muy ocupada con el mantenimiento de tu nido.
-Sí, Martina, después de descubrir a un grupo de pelusones en procesión por el pasillo, he creído conveniente sacar de excursión al plumero, la escoba y la fregona, algún día tenía que hacerlo ¿no? Claro, como a ti te los saca de paseo tu querida Eulalia...
-¡Ay, mi Eulalia! Sí que la quiero, tía Blasina, como que llevamos juntas diez años, pero a este paso no sé lo que va a durar, aunque tenga los sesenta y ocho recién cumplidos y en mi casa esté más tranquila que en la suya propia.
-¿Está peor del corazón?
-Del que ve el cardiólogo, bien, que precisamente fue a revisión hace tres semanas, pero del que yo veo...
-Sigue con toda la tropa metida en casa...
-Sí. El otro día se volvió a caer, o se tiró, su tía ciega, aunque no se ha roto nada, milagro a los noventa y cuatro que tiene, eso después de que Eulalia le comentara que quería ir a una excursión de esas que organiza el distrito.
-Ya, chantaje emocional. ¿Y los hijos de Eulalia no pueden cuidarla?
-Los varones, como manda la tradición, eso no es cosa de hombres y la hija nunca lo ha hecho porque trabajaba, ahora que la han despedido ocupa el día entre echar currículos y espantar la depre delante del ordenador.
-Pues vaya panorama que tiene Eulalia.
-Y ahí no acaba todo, tía Blasina, ahora el mayor, y el mayor tiene cuarenta años, se ha traído la novia a casa mientras arreglan su piso, para gastar menos, como están los dos parados...
-¿El otro hijo trabaja?
-Sí, con eso salen adelante, y añade lo que gana de un día a la semana en mi casa, que por eso sigue trabajando a su edad, porque por cariño nos tomaríamos un cafelito juntas. Eulalia se quedó viuda joven y su paga es una miseria.
-Pues son seis bocas.
-Sí, aunque una de esas boquitas se... Bueno, mejor me callo, que no quiero cabrearme otra vez.
-Pues tragándotelo tampoco adelantas, Martina.
-Te lo cuento, tita. El último día que vino, estaba Eulalia que no daba pie con bolo y de pronto, con las lágrimas casi saltadas, me dice, estoy harta, ya no puedo más, por qué no se van todos y me dejan sola, si yo no quiero que me agradezcan nada, yo lo único que quiero es tener tiempo para mí, para leerme mi novela sin quedarme dormida encima, para llegar a mi casa y poder descansar; anoche llega mi mayor del fútbol y tal como lo veo entrar por la puerta me digo, malo, su equipo ha perdido, porque entró bufando con la novia detrás callada, y me digo, le voy a poner de cenar un pescaíto frito que es lo que más le gusta, a ver si se calma; se lo pongo en la mesa y me dice, esto está casi frío, y yo le digo, lo he acabado de sacar de la freidora, lo que está es que no se puede ni tocar de caliente; y se puso hecho un energúmeno, se puso a gritarme y a dar puñetazos en la mesa que casi tira el plato y a mí me entraron ganas de darle dos guantazos, pero me saca dos cuartas y voy a salir perdiendo; y los demás allí, una pegada al ordenador, la otra mirando la tele y el chico con la videoconsola. ¿Qué hago yo?, me decía Eulalia.
-Creo que no es la única que se lo pregunta, Martina.
-Y ya mismo es ocho de marzo, tía Blasina.
-Sí, pero ¿de qué año? ¿de qué siglo?
Una respuesta posible en Mujeres que comunican:
Tía Blasina, si usted supiera las ganas que tenemos algunos de que deje de conmemorarse ese recordatorio de desigualdades - porque ya estuviesen superadas,claro, no se lo puede usted ni imaginar.
ResponderEliminarPor cierto, bienvenida Eulalia a estas disquisiciones entre tía y sobrina y el resto de internautas que nos asomamos por aquí.
Besos para todas