Mamouth Bakhoum |
Tener alumnado senegalés en clase es una gozada. En los centros de adultos los tenemos en las clases de Español y a lo largo de algunos cursos la mayoría de mis alumnos fue senegalesa. Quienes llevaban tiempo traían a los recién llegados a aprender la lengua del país donde querían trabajar. Aprendían rápido el idioma (ya sabían wólof y francés, al menos) y también expresiones de nuestro andaluz de andar por casa. En el vecindario tenían fama de ser amables y serviciales, de no dar ruido. Personas que tras larga jornada de trabajo recalaban en el centro deseosas de aprender, que se trataban entre ellos de hermano. Un alumnado bienhumorado, tranquilo y dispuesto que aprovechaba el tiempo, pues más de uno se marchaba pronto hacia Valencia o Cataluña para la recogida de la fruta o los empleos de las temporadas turísticas de playa.
Algunos de ellos se ganaban la vida con la venta ambulante, unos pocos tenían mujer e hijos en su tierra a quienes veían de tarde en tarde, dos, tres años o más, porque el viaje es muy caro. Conocí en sus móviles a sus hijos, una fiesta de lo que en nuestra cultura sería bautizo, escuché canciones de moda de su país, vi fotos de sus calles... Uno de ellos me explicó que cuando los cogen les requisan la mercancía. Mercancía que compran con lo que sacan de las ventas. “Si no vendes, no puedes comprar y no tienes para vender, no tienes para mandar a casa, no tienes para comer y pagar casa aquí”.
Manteros y vendedores ambulantes de diversas nacionalidades de origen se ganan la vida de forma honesta en Sevilla. Desmienten tanta imbecilidad de “vienen a quitarnos el trabajo”, “les dan una paguita”, etc. Pero tienen un problema: el alcalde quiere la ciudad limpia por Navidad. Perdón, el alcalde quiere la zona turística de la ciudad limpia y bonita por Navidad. Quitar todo lo que afea el centro de la ciudad: cualquier síntoma de que Sevilla no es una magnífica ciudad próspera y moderna. El ayuntamiento no quiere negros pobres, tampoco los quiere blancos (de eso saben los Barrios Hartos). Una de las primeras medidas que tomó el alcalde al asumir su cargo fue implementar un plan contra la venta ambulante. Creo que ese plan no contempla la creación de puestos de trabajo alternativos. Y me pregunto ¿por qué ese empeño en quitarle el trabajo a gente honesta?
Mamouth Bakhoum vendía, alguno de ellos daría el aviso, plegó su manta con la mercancía (su sustento y el de su familia) y probablemente corrió, como cualquiera de los otros, para ponerla a salvo, como veo en más de una ocasión al pasar por el centro de la ciudad. ¿Por qué lo persiguió la policía municipal? No es lo habitual. He visto muchas veces cómo se limita a hacer acto de presencia o requisar la mercancía a algún rezagado, no los buscan ni persiguen. ¿A santo de qué tan larga persecución a Mamouth? Aquí comienzan las incógnitas y las dudas que llegan hasta su muerte. Una muerte que reclama a voces ser esclarecida lo antes posible: cámaras en el lugar, testigos de lo sucedido, la autopsia... De otra parte, la desconfianza hacia la rapidez con que un cuerpo policial da explicaciones exculpatorias.
Y Mamouth muerto. Su muerte no se puede aceptar así como así, una desgracia más, pasemos página. No. Rotundamente no. La pobreza, el color de la piel, la nacionalidad de origen no pueden obrar como eximentes de una investigación rigurosa de los hechos. Que todo lo inexplicable quede claro, ya que nos declaramos país democrático.
Mi alumnado senegalés fue quien me enseñó una palabra muy hermosa de su lengua, el wólof: Teranga, que significa “hospitalidad”. Para ellos es algo más que una palabra, es una práctica habitual, una forma de estar en el mundo, de relacionarse con él. A Europa, a nuestro país, a nuestra ciudad, le queda mucho por aprender de esta palabra.
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