lunes, 18 de octubre de 2021

"Mujeres con rodete" o la alegría de estar viva y anhelar


Martina ha leído el último libro de María José Puerto Ceballos, Mujeres con rodete, y nos cuenta:

       Me ha puesto en contacto con algunas realidades de la historia de España del siglo XX; esa historia pequeñita, con minúsculas, que es la vida cotidiana, sobre todo con la vida de algunas mujeres. Mujeres normales y corrientes que en mayor o menor medida se sienten atadas y que anhelan liberarse de esas ataduras; y lo harán, cada una a su manera, sin alharacas, tomando las oportunidades que la vida les va dando y en la medida que sus fuerzas y ánimos se lo permiten. Como hacemos todas, como hacemos todos desde siempre.

       Aunque todas las protagonistas son mujeres, los hombres están presentes como parte de esa vida del día a día: padres, hermanos, maridos, novios, amantes... Y con sus actitudes lo mismo perpetúan la dominación y la manipulación -habituales en la época-, que priman los afectos, la estima y el respeto por ellas.

       Y leer así de la espera del parto y de la profunda necesidad de volver a nacer; de lo que significaba en aquella época ser mujer, tener una depresión y sus consecuencias; de aguantar el tipo, hundirse y volver a levantar cabeza; de lo que se puede amar la lectura y el estudio, aunque tenga que ser a hurtadillas; de la testarudez como arma para construirse el futuro que una desea; de la ternura y el cariño como estrategias de supervivencia.

       Y andar por la casa donde vivía Adelina o Amparo, asomarme al trabajo de Paquita, a la íntima hermandad que unía a Lucía y Soledad o a los nacimientos de Natividad y su sobrina ha sido grato, entretenido y placentero. ¡Os animo a leerlo y compartirlo! 

https://www.todostuslibros.com/libros/mujeres-con-rodete_978-84-09-19176-5
 


sábado, 26 de junio de 2021

¡Qué ilusión, mi primer día sin mascarilla por la calle!

 


Hoy es mi primer día sin mascarilla por la calle. ¡Qué ilusión, como el primer día de vacaciones!

Después de muchos meses, es el día señalado por las autoridades para poder estar al aire libre -en las calles, las playas y el campo, en los parques...- sin obligación legal de usarla. Para mí un día ansiado, una fecha tan señalada como la de Año Nuevo o la Noche de San Juan. Una festividad.

Hace unas semanas soñé que salía a la compra -por supuesto con la marcarilla embozándome- y me asombré divertida porque ningún transeúnte iba de mi misma guisa. Pensé: "¡Qué harta está la gente de mascarilla!", y me disponía a unirme a ese disfrute cuando un hombre se me acercó y con amabilidad me dijo: "Ya no son necesarias las marcarillas". Ahí desperté; un buen despertar, por supuesto.

Desde principios de semana tengo en mente este sueño. No te vayas a despistar, me digo, contando los días y con la ilusión eres capaz de olvidarte el sábado y salir con ella puesta. Como precaución, el viernes por la noche, antes de acostarme, la que tenía en uso la retiré del clavo del vestíbulo y la tiré a la basura: mañana una limpia en la bolsita, por si acaso entro en algún lugar cerrado.

Hoy, por descontado, no me olvidé del día que era y del pensamiento recurrente después de hablar el martes con mi amiga I. -aunque no se mencionó el tema, pero sus posos de intranquilidad dieron pie a ello-: habrá personas que no sean capaces, que les produzca ansiedad o angustia ir a cara descubierta; acuérdate y no pases junto a ellas por la calle, no hay necesidad de que puedan sentirse incómodas. Me lo recordó sobre todo un par de personas que caminaban por la acera de enfrente cuando subí la persiana a primera hora de la mañana: la mitad de las personas que cruzaban por mi calle a esa hora temprana.

Con esa mezcla de alborozo y nervios con los que viven los críos una salida de excursión, para reafirmar lo que es mi creencia -el sábado no es necesaria la mascarilla al aire libre-, a primera hora de la mañana, cuando ojeo por encima las noticias, presto atención, no vaya a ser que en mi ansia confunda la noche del viernes al sábado con la de esta al domingo. Pero es hoy, las 00:00 h. del viernes al sábado.

Entre unas cosas y otras no salgo de casa hasta las once de la mañana, con el sol dispuesto a hacernos sudar y la gente de ida y vuelta a la compra, a sus asuntos. Salgo por el portal, recalo en la calle, feliz mi cara al aire y se me encoge el ánimo: todo el mundo lleva mascarilla, quirúrgica o FFP2. Me siento algo insegura, pero mi razón me dice que lo miré hace un rato en internet, en un periódico solvente: hoy no hay obligación de usarlas. Alcanzo la esquina, atravieso la plazoleta del centro de salud y no varía el panorama. Se me encoge el estómago: me he despistado como ocurre a veces, que uno cree que es un día pero es otro. No me resisto y saco el móvil del bolso. Compruebo: 26-06-2021 Sáb. Solo dos mujeres de mi edad que acaban de salir del supermercado se desembozan y guardan en el bolso. 

Cruzo de acera. Todo sigue igual. Nadie me mira con extrañeza, pero yo los miro a todos con espanto contenido. Reconozco que me siento aterrada, que camino por la acera aterrorizada, como si anduviera por las páginas de una novela de ciencia-ficción, como si mi caminar entre personas enmascaradas fuese un mal sueño. Todas las personas con quienes me cruzo -jóvenes, ancianos, adultos- llevan mascarilla: sin importarles, con la desenvoltura de la costumbre, con la soltura del hábito cotidiano, como si hubieran perdido la memoria de lo que es el aire en la cara, la respiración tal cual sin la humedad cálida de nuestro hálito.

No logro tranquilizarme, emerger de mi asombro extrañado. A mitad de camino, saliendo de un pequeño parque a la ribera adoquinada del río, una pareja madura en su caminata embozada comenta: "He visto desde esta mañana a algunas personas sin mascarilla, ¿era hoy?". "Sí, desde las cero horas de esta noche". Al parecer mi presencia se lo ha recordado.

A la altura del pequeño embarcadero, donde a veces algunos chavales disfrutan chapuzándose en el río, un coche policial hace las veces de advertencia esta mañana. Apoyado en él, un policía con la cara al aire y la marcarilla engarzada en el brazo. ¿Quién me hubiera dicho a mí hace unas pocas horas que la confirmación total me la ofrecería esta imagen?

De regreso a casa las emociones de la mañana se han diluido en una tristeza: ¿tan dóciles somos, tan amoldables, tan incapaces de tener nuestros propios criterios acerca de cómo cuidar de nuestra salud y la de quienes nos rodean?, ¿acaso el miedo y la ansiedad han calado tan hondo en nosotros que ni los percibimos, que los normalizamos detrás de un trozo de tejido con gomillas?, ¿qué impulsa a permanecer embozados respirando aire húmedo y tibio? No lo sé. Solo sé que estas preguntas son para mí causa de temor. El temor de que el padre estado -detrás el sempiterno poder económico, a la sombra o bien visible- llegue a tener tanto poder sobre nuestros sentimientos y emociones que perdamos toda capacidad crítica, de evaluación, de contrastación con los propios criterios.

¿Acaso ante el colonialismo no hicieron ver los gobiernos lo maravilloso que sería para los africanos y americanos que les lleváramos nuestra cultura y saberes?

¿Acaso cuando se hundió la economía europea en los años treinta no fue difícil para un gobierno hacer ver que la culpa era sobre todo de los judíos?

¿Acaso...?

 

Soy como las monedas: mi otra cara en La Escribana Pendolista

sábado, 3 de abril de 2021

Elige un miedo

 

Los jugadores de cartas   Paul Cézanne
 

-Tita, ¿qué haces con esos dos naipes bocabajo sobre la mesa? Nunca he visto cartas con el reverso color de humo...

-Color de nubes de tormenta.

-Así es. ¿Qué juego es con solo dos?

-Hay más en la baraja, Martina, pero hoy son estas las que tocan.

-¿En qué consiste el juego, tita?

-En elegir un miedo.

-¡Vaya! ¿Y cómo lo haces?

-Tienes que dar la vuelta a una carta y con esa jugarás durante meses.

-¿Qué muestra el anverso?

-Voltea una.

-¡Vacuna!

-¿Te la quedas, Martina?

-No sé...

-Voltea la otra.

-Virus.

-¿Te la quedas, Martina?

-No quisiera...

-Elige: ¿miedo a la vacuna o miedo al virus?

-Apenas conozco datos de cada opción.

-Elige a ciegas.

-Eso sería azar, no decisión, tía Blasina.

-Es lo que hay sobre la mesa.

- ...

-Te vacunas, con sus riesgos como los trombos en su mayoría en mujeres, sin garantías por falta de estudios; aunque puede que no te ocurra nada enfermizo ni perjudicial, ni de inmediato ni en el futuro.

-O vivo con precauciones higiénicas y puede que no me contagie ni ahora ni a largo plazo.

-Quizás, Martina, ya estás inmunizada porque has pasado la enfermedad sin percatarte.

-O puede, tita, que me vacune y sea uno de esos casos en que ocurren efectos poco frecuentes y graves.

-O puede, Martina, que te contagies y seas uno de esos casos en que se contrae la enfermedad de forma severa.

-O puede, tita, que elija vivir sin jugar con esa baraja.

-¿Es posible desprendernos de las capas atemorizadoras en las que nos han envuelto? Vamos, Martina, elige tu miedo.

-No veo con claridad decisión buena, tita, saca otra baraja, otros naipes.

-Bien, que así sea... El nuevo juego está extendido.

-Estas son aún más oscuras y numerosas. Quiero verlas.

-Dales la vuelta.

-Manipulación emocional... Obediencia acrítica... Censura social... Docilidad irreflexiva... Coacción propagandística... Sumisión incuestionable... Condena de la criticidad: "O conmigo o contra mí"... ¿Y esta negra?

-Aún no se sabe si se incorporará a la baraja. Voltéala.

-Vacunación obligatoria. ¡¿De dónde has sacado semejantes cartas, tita?!

-Observa a tu alrededor, Martina, mira cerca y lejos, y cuéntame qué ves. ¿No aprecias cómo el desagradable color del reverso de estos naipes va permeando y desgastando?

-No quiero elegir un miedo, tía Blasina, no se puede vivir con miedo, ¡es terriblemente nocivo para la salud, enferma!

-Pues no elijas ningún miedo, querida, ¿porque te digan que tienes que elegir algún miedo estás en obligación de hacerlo?

-No..., claro.

-No juegues, ¿quién te obliga a jugar?

-¿Y tú, tita?

-Estaba a punto de tirar todas las cartas al contenedor de papel, ¿me acompañas?

-De eso nada, que son muy capaces de reciclar los miedos y volveremos a estar en las mismas.

-Bien visto, Martina, trae la olla grande a la terracita, y las cerillas.

-¿Y hacemos una quema de miedos como la Noche de San Juan?

-¡Qué así sea, Martina!

viernes, 5 de marzo de 2021

8 de marzo: Tomamos las calles como cada día


 

-Hola, tía Blasina. Pero... ¿Adónde vas? ¡Parece que vas de excursión con esa mochila!

-¡Oh, no, Martina! Voy a la concentración del Día de la Mujer Multitrabajadora.

-¡Qué locura es esa, tita! Es imprudente, tanta gente reunida en un lugar...

-Más o menos como en las calles llenas de terrazas de bares, en las inmensas colas para las vacunaciones o para ver a la Macarena a las puertas de la basílica. Porque será al aire libre, no como el centro comercial a rebosar de gente o las clases llenas de niños y adolescentes. También te puedes imaginar que somos los diputados en el Congreso un día que asisten todos por casualidad.

-Visto así..., hay concentración mayoritaria de mujeres en el mercado, a primera hora de la mañana esperando que se abran las puertas del colegio, o a la salida... Eso sí, todas ellas muy prudentes con su mascarilla.

-Y mira, mira, Martina.

-Pero..., ¿qué haces, tita?

-Pues enseñarte mi mochila equipo de supervivencia para manifestaciones y concentraciones en la actualidad. Mira, mira: mascarillas de repuesto, una quirúrgica y otra FFP2 por si tengo que entrar a orinar en algún sitio; un metro para el caso de que no calcule bien a ojo la distancia de seguridad; un botecito de gel hidroalcohólico más una pastilla de jabón por si acaso; una botella de agua para la sed y un zumo para reponer energías, con sus cañitas, así no tengo que quitarme la mascarilla; mi pancarta individual para no compartir objetos; y un matamoscas de mango extensible y teledirigido.

-¿Y para qué llevas ese matamoscas?

-Para arrearle individualmente y a distancia segura a los moscones que nos critiquen por concentrarnos y manifestarnos desde platós donde no llevan mascarilla o desde estrados donde hacen declaraciones públicas elevando la voz, gritando y arengando sin bozal, perdón, sin mascarilla y nos salpican a todos con sus malas babas.

-Pues espérame un momento, tía Blasina, que cojo mi mochila y te acompaño. ¿Me prestas tu lista del equipo de supervivencia de manis y concentraciones?

-Mejor te acompaño a tu casa y te lo voy gritando desde la puerta, si no, ¡no llegamos a tiempo!