Eleven A.M. Edward Hopper |
Queridos
y queridas enclaustrados y enclaustradas, confinados y confinadas,
encerrados y encerradas, recluidos y recluidas:
Una
tarea que parece prescriptiva estas semanas es pecar contra el quinto
mandamiento. No, señora, no es arrojar un viejo tomo de enciclopedia
a su vecino del segundo que desafina a gallo limpio pensando que es
Pavarotti; ni tampoco, caballero, idear la mejor forma de atraer a
los chillones quintillizos del bajo al centro del patinillo para
dejarles caer el macetón de la kentia a ver si se convierten en
mellizos. Solo hablamos de matar el aburrimiento y el tiempo.
He
aquí algunos consejos extraídos de mi experiencia en estos días:
1.-Reparación
de solería.
Después de
tres semanas de confinamiento comenzaron a aparecer en el pasillo de
mi casa surcos, quizá por seguir el consejo gimnástico de mi
vecina del A: caminar cada día 1000 pasos.
Se
toman rollos de papel higiénico de los almacenados tras varios
saqueos; se aplastan convenientemente y se introducen en los surcos,
ajustándolos a modo de pavimento adoquinado. No es necesario darle
ningura tintura en particular, del continuo pisoteo adquirirá en
breve la tonalidad grisácea del auténtico.
Esta reparación es
necesaria antes de aparecer en el piso inferior, pues eso violaría
el confinamiento decretado en el estado de alarma.
2.-Cultivar
la escritura.
Es
de todos conocido que la escritura es terapéutica, relajante y
contribuye a ordenar nuestras ideas. No hay más que apreciar las
leyendas en las puertas de los urinarios; incluso líderes políticos
de la talla de Donald Trump son tuiteros que obtienen un gran relax
mediante la escritura de memeces, necedades, exabruptos, insultos,
calumnias, falsedades, crueldades, etc. Aunque no sé si he echado
mano de los ejemplos más idóneos, pues no tienen ideas que ordenar.
Pero vosotros y
vosotras sí, así que os animo a perder la vergüenza y expresaros:
para ordenar las ideas, matar el tiempo o asesinar al aburrimiento.
Yo la perdí el otro día:
Esto
del confinamiento
es
asunto difícil de pelar
hablo
con la tele
que
me ignora
hablo
con el frigorífico
que
me muestra frialdad
la
lavadora en blanco
mi
cama durmiendo
el
armario encerrado en sí mismo
y
yo me desespero.
Cojo
papel y boli
la
tinta se corre
el
papel se humedece
¡cómo
disfrutan los dos!
y
del teclado qué decir
se
mofa de mi índice
único
dedo pulsador.
Al
fin me asiento
claudico
de mi vagabundeo
escucho
a las orejas del sillon
sí
es cierto que dialogar puedo
con
un hermoso volumen
que
me cuenta y le cuento
Virtud
de los libros
espacios
abiertos.
¡Matad, asesinad al aburrimiento, no quiero que acabéis así!:
Eine Kleine Nachtmusik Dorothea Tanning |
Veo que la tía Blasina sigue a lo suyo. Me alegra mucho saber de ti, María José. Espero que algún día podamos tomarnos ese café que dejamos perdido en el tiempo y retomemos la senda de la literatura y la amistad. Un abrazo
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