viernes, 2 de noviembre de 2012

Valle-Inclán resucita en mi barrio



Acabo de volver del supermercado. Un supermercado modesto de mi barrio donde compro los desavíos. Son las seis de la tarde, está completamente vacío.

    Aprovecho para cambiar unas palabras con la cajera, una joven morena, lozana y sonriente, con quien rara vez hablo porque con frecuencia empuja la bulla de la cola.
   -Esto está hoy muy tranquilo...
   -Porque es temprano, pero ya cerca del cierre no veas la cola que se forma, todo el mundo viene a la misma hora.
   -¿Y eso? Esta hora parece más grata para comprar, más tarde entre la noche y el frío...
   -Es que se nota que ya la gente sale menos a los bares, compra cualquier cosa y se la toma en casa, nosotros lo notamos mucho, nos viene bien, pero a esos...- y me señala los bares de enfrente.
   Seguimos charlando y me cuenta que es pianista, que está aquí porque hay que pagar la hipoteca, porque su marido, que es ingeniero, está parado: No hace más que echar currículos por todo el mundo, como le salga algo, allí nos vamos, dice.
   Hará un par de años que la veo ante la caja. Siempre me ha admirado su habilidad y velocidad marcando precios y códigos. Ahora sé por qué.
   Vivo en un puto país de lujo que se permite tener cajeras de supermercado pianistas y políticos y banqueros ladrones.
              
      (Dedicado a mi cajera del súper, con quien he echado un ratito esta tarde)

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