-Tía Blasina, llevas toda la tarde callada. ¿Qué ocurre?
-El comienzo de la primavera, que es una fuerza arrolladora, que a veces desequilibra, desasosiega, agota.
-Apenas ha comenzado febrero, tita.
-Lo sé, Martina, sin embargo la vida bulle bajo la vida y eso, a veces, trastorna, y si la luna se esconde o luce redonda, más. ¿Recuerdas ese pasaje de "La montaña mágica" en que se sostiene que el solsticio de diciembre es el comienzo de la primavera pues los días dejan de menguar y comenzarán a crecer? ¿Te has fijado en que ya hay plantas con minúsculos brotes en sus ramas y tallos, en que algunos insectos se han despertado de su letargo y comienzan a vagar como despistados, como haciendo memoria de dónde estaban sus alimentos del año anterior?
-Todo lo que me dices es más razón de alegría que del ánimo en que te veo, tita.
-Sí y no, Martina. Cuando la sangre rebulle y renueva, los huesos de los viejos requiebran, los corazones cansados temen sus propios latidos y los espíritus inestables caminan sobre un hilo de araña. Antes de que se manifieste todo el alborozo de la primavera hay que pasar por esa oscuridad preparatoria.
-¿Te duele algo, tía Blasina? ¿Te encuentras mal?
-Un poco, sí, me duele que al nieto de Jerónimo, un muchachito todavía, lo hayan tenido que ingresar por un brote esquizoide y Lucía, la costurera, que hace un año cayó en una depresión grave, está reinando día sí día no sobre sus fantasmas.
-Estamos en un precioso parque, tita, mires donde mires ves árboles enormes, plantas y flores preciosas ¿cómo te pones a pensar en esas cosas?
-Precisamente mirando esos añejos árboles es cuando más siento que los que menos hemos aprendido a respetar los ciclos de la vida-muerte-vida somos los humanos y que así nos luce el pelo.
-A ti blanco, tita, de tanto cavilar.
-Y a ti caoba bote, Martina, de tanto disimular.