El fantasma de una pulga William Blake |
Yacía
el miedo entre los escombros
echando
de menos a la humanidad:
¡Cuán
dócil era esa especie,
cuán
obediente a mis dictados!
Tiempos
aquellos en que avalado
por
años de civilización
con
un leve soplo de mi aliento
enervaba
las pieles
desorbitaba
los ojos
constreñía
las vísceras
agarrotaba
músculos
aceleraba
pulsos y respiración
torpedeaba
iras, sembraba tristezas
desgajaba
los pensamientos sin conmiseración.
¿Acaso
ahora por un mísero ratón
que
huye a su escondrijo,
por
un simple gato que se encorva erizado
ante
las fauces de un fiero bulldog
merece
la pena existir?
¿Por
una acobardada gacela
ante
el lejano rugido de la fiera?
¡Viles
ratas campan a sus anchas
estúpidas
cucarachas por doquier
y
estridentes cotorras me ignoran!
¿Qué
vida ha de ser la mía
que
ni me temen ni me odian
que
cada cual a lo suyo
que
roen, comen, cagan, se reproducen
que
parecen no morir nunca?
Y
el miedo se suicidó.