-¡Me
cago en la hostia bendita y el copón divino! ¡La leche que mamaron!
¡Estoy hasta la pepitilla! ¡Todos los años lo mismo!
-¡Joder,
tita, qué lengua!
-¡Y
una leche migá!
-Si
es que se te ha escuchado desde que entraste por el portal... ¿Qué
te pasa?
-¿Que
qué me pasa? Mira, Martina, me subo al autobús donde siempre ¡y
de pronto nos ha metido en carretera y se ha equivocado de camino y después de
cuarenta vueltas hemos cruzado por el recinto ferial..., ¡ah, te
advierto!, las casetas ya están montadas, así que ve haciendo las
maletas que sé lo mucho que te gusta la feria...
-¿Y?
-¡Y
que me ha dejado el autobús donde Cristo perdió las alpargatas,
leñe, y me he tenido que cruzar todo el barrio y medio del otro!
-Te
lo dije, tita, hoy no era buen día para ir de compras al centro, que
salen las cofradías del barrio y lo cortan todo...
-Sí,
hija, pero cuando yo salí del barrio no se había liado este pitote
que hay ahora... El autobús solo nos paseó un poquito por las
afueras y cuando me bajé para ir a comprar los estores, tiré por
una calle casi vacía y la tienda como la una, para mí sola y... ¡¿A
qué no sabes lo que he visto?!
-Por
esos ojillos que pones... no sé...
-Una
penitenta, alta y esbelta.
-¿Cómo
lo supiste o es que no llevaba capirote?
-Hija, Martina,
porque si tienes delante de ti a una persona de paso grácil, pies
pequeños enfundados en medias negras y sandalias, vestida con una
túnica azabache, la fina cintura ceñida por una soga de esparto que
recoge la cola del sayo a modo de polisón, y que este se bambolea al
ritmo de sus caderas... y si al final de esas largas mangas como el
tizón asoman unas manos pálidas y delicadas de dedos que solo
permitieran el sacrificio del piano... y si vuelve la cabeza para
cruzar y en tanta negrura solo destellan unos ojos castaños,
almendrados y de largas pestañas, pues... Una elegante novia de rito
sadomasoquista.
-Pues
sí que te cunde a ti ir de compras, tía Blasina.
-No
había estores.